Las Cuentas del Gran Capitán

Hacer «las cuentas del Gran Capitán»,  es un dicho usado habitualmente para indicar que las cuentas o explicaciones que se ofrecen son absurdas y que el gasto en el que se ha incurrido es totalmente injustificable y disparatado. La expresión tiene su origen en las cuentas que Fernando el Católico exigió a Gonzalo Fernández de Cordoba, el Gran Capitán, tras la campaña de Italia en la que a principios del s.XVI,  la Corona española se hizo con el reino de Nápoles. El Gran Capitán, molesto por la petición del rey y por las intrigas cortesanas, (tras la muerte de Isabel la Católica, el militar había perdido su mayor apoyo en la corte, y eran muchas las envidias e intrigas que trataban de atacar los éxitos militares de Gonzalo Fernández de Córdoba. En esta ocasión se le acusaba de despilfarrador e incluso de ladrón.) respondió desafiante con con una enumeración de gastos monumentales en conceptos absurdos, que aludían al valor de sus soldados y a las victorias conseguidas. El mito se extendió pronto, sobre todo tras la obra de Lope de Vega «Las cuentas del Gran Capitán» un siglo más tarde de las supuestas cuentas. Aunque son varias las versiones, la más conocida y popular es:»Cien millones de ducados en picos, palas y azadones para enterrar a los muertos del enemigo. Ciento cincuenta mil ducados en frailes, monjas y pobres, para que rogasen a Dios por las almas de los soldados del rey caídos en combate. Cien mil ducados en guantes perfumados, para preservar a las tropas del hedor de los cadáveres del enemigo. Ciento sesenta mil ducados para reponer y arreglar las campanas destruidas de tanto repicar a victoria. Finalmente, por la paciencia al haber escuchado estas pequeñeces del rey, que pide cuentas a quién le ha regalado un reino, cien millones de ducados».

Las muy célebres «Cuentas» de Gonzalo Fernández de Córdoba, conservadas, hoy por hoy, en el archivo del Tribunal de Cuentas, son un buen indicio del desencuentro entre don Fernando y don Gonzalo; el cordobés, conminado a dar buena cuenta de sus dispendios ante los burócratas de Castilla, respondió como sigue:

Cargo.
Ciento treinta mil ducados remitidos por primera partida.
Ochenta mil pesos por la segunda.
Tres millones de escudos por la tercera.
Once millones de escudos por la cuarta.
Trece millones de escudos por la quinta.
Descargo.
Doscientos mil setecientos y treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres para que rogasen a Dios por la prosperidad de las Armas Españolas.
Cien millones en picos, palas y azadones.
Cien mil ducados en pólvora y balas.
Diez mil ducados en guantes para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres de los enemigos tendidos en el campo de batalla.
Ciento setenta mil ducados en poner y renovar campanas, destruidas con el uso continuo de repicar todos los días por nuevas victorias conseguidas sobre el enemigo.
Cincuenta mil ducados en aguardiente para las tropas en día de combate.
Millón y medio de idem. para mantener prisioneros y heridos.
Un millón en misas de gracias y Te Deum al Todopoderoso.
Tres millones en sufragios para los muertos.
Setecientos mil cuatrocientos noventa y cuatro ducados en espías […].
Cien millones por mi paciencia en escuchar, ayer, que el Rey pedía cuentas al que le ha regalado un Reino.

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